sexta-feira, 18 de dezembro de 2009

No puedo parar de rodar. Si lo hago, me aburro y me muero".


Encima de la mesita del salón, entre decenas de papeles, hay un folleto titulado Ventajas de Internet. Si llama la atención en la estancia, un salón luminoso en el quinto piso de un bloque en el mejor barrio de Oporto, es porque el apartamento pertenece a Manoel de Oliveira, el director de cine portugués que el pasado viernes cumplió 101 años y que lleva desde inicios de los años noventa filmando una obra por año. Bien un documental, bien una película, bien algún corto conmemorativo, el caso es que Oliveira no descansa. "¿Que si pienso en parar? Tengo en mente un montón de proyectos. Ahora bien, no sé si la vida me va a dar para hacerlos todos". Y sonríe. Oliveira empezó como actor cuando el cine era mudo, filmó su primer documental, Douro, faina fluvial, en 1931 y dirigió su primer largo de ficción, Aniki-Bóbó, precursor del neorrealismo, en 1942. Si no ha acumulado una obra desaforada es porque la dictadura de Salazar cercenó su carrera. Ahora está en pleno desquite.

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