Asumida la condición de anacronismo de 'Tren
de noche a Lisboa', sería excesivo no reconocer una cierta habilidad de Bille
August para no perder el hilo narrativo
El azar cruza puntualmente los pasos de un otoñal profesor de instituto de
camino al trabajo y de una enigmática muchacha al filo del abismo (y del
suicidio) en esta adaptación de la novela homónima de Pascal Mercier que El
Aleph publicó en castellano en traducción de José Aníbal Campos. El danés Bille
August lleva el libro a imágenes con un academicismo bastante desganado, que ha
espoleado entre la crítica internacional severos juicios que coinciden en
sancionarla como fósil fuera del tiempo. No obstante, asumida su condición de
anacronismo expresivo, sería excesivo no reconocer en las claves clásicas del
cineasta una cierta habilidad para no perder el hilo de la trama entre sus
diferentes niveles narrativos.
Un impulsivo viaje a Lisboa que quizá
resulte más convincente sobre el papel que en la pantalla convierte al profesor
Raimund Gregorius (Jeremy Irons) en interlocutor póstumo de la voz de un hombre
muerto: el intelectual pessoano Amadeu Prado (Jack Huston), que, enfrentándose
a sus orígenes familiares, fue figura clave en la trastienda de la revolución
de los claveles. Planteada como una investigación sonámbula desarrollada por un
sujeto desubicado, Tren de noche a Lisboa termina desvelando la tragedia
de un triángulo amoroso en una encrucijada histórica que parece el reverso
desencantado del que en su día inmortalizaría Casablanca (1942). La
estrategia narrativa afirma como tema de fondo el contraste entre la intensidad
de un heroísmo marcado por la fatalidad y la muerte en vida de los tiempos anti
(o post)-heroicos. Todo es viejo, discursivo y sumiso al original literario,
pero no necesariamente inepto.
El País.
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